Cuando Sigmund Freud (padre del psicoanálisis) declaró que estábamos regidos por nuestro Inconsciente y que no podíamos controlarlo, asumimos un nuevo ataque a nuestra autoestima general, todavía convaleciente del golpe que Charles Darwin nos dio al declarar nuestros antepasados comunes a los monos y, más atrás en el tiempo, de la teoría heliocéntrica de Copérnico, que decía que nuestro planeta no era el centro de nada.
Actualmente se sigue hablando de un Inconsciente que parece actuar a su aire o funcionar sin que nosotros lo sepamos. Hamilton, Poincaré o Gauss son ejemplos de investigadores que llegaron a la solución de algún enigma científico sin que estuvieran en ese momento pensando conscientemente en dicha solución. Eso quería decir que había “algo” que seguía funcionando a su aire mientras el científico paseaba, comía y hacía su vida habitual.
Los experimentos de Benjamin Libet apuntan a que algunos milisegundos antes de que tomemos una decisión consciente de realizar un movimiento, ya se han activado las zonas premotoras correspondientes.
Sin embargo, el concepto actual de “Inconsciente” es diferente del que planteó Freud. Según el filósofo Jose Antonio Marina, la forma de educar a nuestro Inconsciente es automatizar aquello que hacemos primero conscientemente. Una vez automatizado, (un idioma, conducir), el rector pasa a ser el Inconsciente y nosotros quedamos libres para concentrarnos en otras cosas. Es una buena noticia poder influir en algo si lo comparamos con el papel más pasivo que se nos daba tradicionalmente.
Además de las decisiones, las ideas y sentimientos parecen ser conducidos también por procesos inconscientes. La buena noticia es que, por lo menos, parece que podemos entrar “datos” y “procedimientos” que lo enriquezcan mediante el aprendizaje de nuevas habilidades.