Me gusta hablar con la gente que disfruta escribiendo. Las palabras son ladrillos del pensamiento que fluyen sin cesar para construir una sorpresa, un «más bien no se sabe qué».
Cuando converso con un letraherido, que además escribe, intento que me muestre su lugar de trabajo y sus circunstancias habituales. La mayoría tiene una gran capacidad de poder abstraerse por completo a pesar de estar rodeado de estímulos lúdicos, urgentes o prescindibles.
La concentración mental es la llave del aprendizaje, del entendimiento. Me fascina observar cómo algunos letraheridos pueden prestar atención inaudita a su interior, a pesar de tener a su alrededor varios niños jugando y gritando, al mismo tiempo que sus oídos son envueltos de una fuerte melodía que surge de unos potentes auriculares, lo que hace más meritorio, si cabe, el arte de crear un documento escrito.
¿Recuerdas la última vez que estuviste concentrado? ¿Qué te facilitó conseguirlo?