He visto a muy pocas personas a las que les disguste celebrar algo.
La mayoría de las que conozco pasan buenos ratos festejando acontecimientos, sobre todo externos a ellos: vencer a un eterno rival deportivo, los aniversarios, los reencuentros o un golpe de suerte en la lotería, suelen ofrecer un «pico» de satisfacción y alegría cautivador.
Uno, que va teniendo su edad, observa dos cosas interesantes en todos esos lugares comunes: la celebración ofrece cada vez menos dosis de alegría (¿quizás por repetición?) y su duración en el tiempo es menor según cumplimos años.
Al marcarnos una ruta de vida, un esquema de los pasos que vamos a seguir para conseguir nuestro objetivo, es importante tener indicadas las etapas por las que pasamos para dar idea de progreso. ¿Para qué celebrar cada etapa? Para detenernos un momento y celebrar ese trocito de camino que hemos logrado. Las celebraciones que surgen de nuestro interior no suelen caducar ni perder su color. Solemos vivirlo con la intensidad del debutante y el entusiasmo de la primera juventud. Pero para ello debemos ser conscientes de ese logro parcial.
¿Celebras cada etapa de tu objetivo? ¿Cómo lo celebras? ¿Cómo lo celebrarías?