En cuantas de las sesiones de coaching que tenemos afloran declaraciones como “no me gusto”, no me valoro”, “no sé hacer nada”, manifestando con ellas sufrimiento, tristeza, baja energía, desilusión.
¿Cómo llegamos a sentir como ciertos estos juicios? ¿Cómo podemos despreciar tanto nuestra forma de ser?
Recibimos el amor de nuestros padres al nacer, nacemos a la vida para ser felices, con todo lo que somos, por el solo hecho de nacer, de ser personas completas.
Pero a lo largo de nuestra vida vamos cargando en nuestras mochilas cosas que se van añadiendo a nuestra esencia: expectativas de otros, llegar a tener un trabajo “correcto”, un salario digno, crear una familia, seguir unos valores determinados…
La expectativas de otros pesan en nosotros como no imaginamos, y vamos viviendo de acuerdo a ellas, hasta que llega un momento en que nuestra vida nos planta, nos hace parar , y es cuando pensamos : ¿Quién soy yo en realidad?
Y entonces nos damos cuenta de que en la última persona que hemos pensado es en nosotros mismos, no nos hemos cuidado, ni escuchado, ni respetado tal como somos.
Leyendo hoy el hermoso poema de Derek Walcott, (Premio Nobel de Literatura en 1992) me ha hecho ver como las personas sufrimos, nos deprimimos, y buscamos fuera de nosotros las razones, y también las soluciones. Hasta que algo nos hace despertar de ese sueño. Y nos damos cuenta de que en esencia, nuestro propio ser todavía nos ama, y nos amará siempre. Lo que nos hace despertar es tomar conciencia de nosotros mismos, de quienes somos y que queremos realmente.
Amor después del amor
Llegará el tiempo
en que, con alegría,
te saludarás a ti mismo al llegar
a tu propia puerta, y en tu propio espejo
cada cual sonreirá ante la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Amarás otra vez al extraño que fuiste.
Dale vino. Dale pan. Devuelve tu corazón
a sí mismo, al extraño que te amó
durante toda tu vida, a quién ignoraste
por otro, a quien te conoce de memoria.
Quita las cartas de amor de los estantes,
las fotos, las notas desesperadas,
Arranca tu propia imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.
Derek Walcott – Premio Nobel Literatura 1992