La muñeca TRED.

Confieso que una foto antigua evoca historias del pasado que vienen a la mente y que uno desconoce si ocurrieron o no.

Hace mucho tiempo la vieja fotografía de una muñeca me evocó a una Anabel de un pueblo de montaña de la provincia de Huesca que se ganaba la vida haciendo muñecas de ropa para venderlas en las ferias de los pueblos. Era tan buena haciéndolas que vendía todas las que llevaba. Lo que nadie sabía es que, en su ansia de perfección, tiraba muchas muñecas a la basura, después de muchas horas de trabajo. Unas porque un ojo era más grande que el otro, otras porque el cabello no había salido tan suave como hubiera deseado. La cuestión es que cada vez desechaba más muñecas y le costaba horrores conseguir las «PERFECTAS», aquellas que se las quitarían de las manos.
Como enseguida las vendía tenía mucho tiempo libre para observar a otras artesanas, que como ella, se dedicaban a fabricar muñecas. Miraba y miraba y se entristecía mucho al comprobar que todas, absolutamente todas, eran mejores que las suyas.
Un día, después de haber trabajado la noche entera tirando y tirando muñecas hasta que consiguió una cantidad de «PERFECTAS» suficiente, las metió en una caja y se dirigió a la feria sin darse cuenta de que alguna «TARADA», como llamaba a las que no cumplían con su perfección, se había colado entre las buenas.
Una gran angustia le invadió cuando un chico pelirrojo le mostraba risueño una de las «TARADAS» y le preguntaba el precio. Se disculpó y le dijo que estaba mal hecha y que cogiera otra pero él no quiso porque no veía nada malo en la muñeca y quería ésa precisamente. Anabel intentó por todos los medios impedirlo. Como mal menor, hacerle un gran descuento, pero el muchacho era más terco y al final tuvo que ceder.
Consiguió vender toda su producción percatándose de que las cuatro primeras muñecas que vendió eran las «TARADAS». Algo misterioso hacía que los compradores escogieran la muñeca diferente.
Desde ese día siguió haciéndolas como siempre pero sin tirar las que creía «TARADAS». Hasta les puso un nombre. Las llamó ‘TREDS’. Tenían mucho éxito y se percató de que ya no eran las primeras en venderse. Más bien se mezclaban entre las demás porque finalmente se convenció de que todas eran «TREDS». Todas tenían una característica que las hacía únicas. Hasta ella misma era una auténtica «TRED», con sus cejas asilvestradas.
Nunca más sufrió por una muñeca. Cada una de ellas tenía su particularidad.
Dicen que un día paseó por detrás de las paradas de venta de sus competidoras y observó que ellas también escondían sus «TREDS» en cajas a parte. Empezó a comprarlas para que se animaran a considerar toda la fabricación importante y única.
Anabel marchó del pueblo el verano siguiente y nunca más se supo de ella. Permanezco alerta mientras observo la imagen de la primera «TRED», la fotografía, la evocación.

TRED
Fotografía de una posible TRED similar a la comprada por el pelirrojo.

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